Uruguay enfrenta un preocupante aumento del 25,8% en los homicidios entre 2021 y 2022, situándolo en el segundo lugar en homicidios relacionados con el crimen organizado. La violencia ha generado temor en la población, exacerbado por casos brutales, como el de una niña de 6 años y un niño de 2 años víctimas de disparos. Urge repensar el modelo de convivencia y abordar las causas subyacentes del crimen organizado.
Según un estudio reciente de la ONU, Uruguay ha experimentado un preocupante aumento del 25,8% en los casos de homicidio entre los años 2021 y 2022. Este incremento sitúa al país sudamericano en el segundo lugar en cuanto a porcentaje de homicidios relacionados con el crimen organizado y las pandillas. Investigadores advierten que la tasa alcanzada representa un punto crítico en la seguridad ciudadana. Además, Uruguay ha visto un aumento significativo en la tasa general de homicidios durante este período.
La brutalidad de la violencia se evidencia en casos como el de una niña de 6 años que fue hospitalizada después de recibir dos disparos en su propia casa en el barrio Capra, así como el caso de un niño de 2 años que fue acribillado en El Pinar. Estos trágicos incidentes revelan la cruda realidad que enfrentan algunos sectores de la sociedad uruguaya.
Además el aumento de la violencia ha generado un clima de temor y cautela entre la población, llevando a algunas personas a cerrar con llave sus puertas y evitar salir de sus hogares por temor a convertirse en víctimas de la violencia desenfrenada. Este fenómeno afecta especialmente a los niños que se ven obligados a vivir en un entorno de constante peligro.
En otro acontecimiento relacionado con la creciente violencia, se ha descubierto que un clan familiar estaría detrás del envío de grandes cantidades de cocaína. La policía, aparentemente, no anticipaba la llegada de un avión relacionado con este tráfico ilícito.
Pero eso no es todo. El problema del crimen organizado en Uruguay va más allá de simplemente encarcelar a los responsables. Se plantea la necesidad de repensar el modelo de convivencia que se ha visto erosionado en gran medida. Factores como la falta de controles fronterizos, la circulación de drogas y la presencia de organizaciones criminales extranjeras han convertido a Uruguay en una ruta preferida para el tráfico de drogas.
El sistema penitenciario uruguayo enfrenta graves críticas, ya que se ha convertido en una «fábrica de delincuentes» con una tasa de reincidencia alarmante del 70%. La falta de medidas efectivas de rehabilitación y reinserción perpetúa este ciclo de violencia y criminalidad.
Es evidente que enfrentar el problema del crimen organizado requiere más que simplemente decomisar mercancías ilegales. Urge abordar las causas subyacentes, incluido el paradigma prohibicionista del consumo de drogas, así como la distribución desigual de recursos financieros y militares. Uruguay se encuentra en una encrucijada, siendo centro de producción de drogas en una región donde el mercado de consumo, especialmente en Brasil, alimenta este ciclo de violencia y corrupción.